Une Robe D´ Été


Pedaleando hacia el castillo...

Pablo Díez


Un colorido vestido veraniego (o une robe d’ été) es el único atavío que porta el joven Luc en su transformador viaje en bicicleta. En esta imagen, Ozon parece recopilar dos llamativos iconos que hacen acto de presencia en anteriores obras de su filmografía: por una parte la bicicleta que avanza rauda por un sendero  de la campiña francesa parece extraída directamente de su temprano “Mes Parents Un Jour D’été” (1990), donde aparece comandada por el padre del propio Ozon, poco antes de que acabe perdiendo el control y se estampe contra una bala de heno; y por otra parte, el vestido prestado hace su aparición en “Víctor” (1993), cuando el hijo parricida se percata de que su sirvienta lleva puesto uno de los vestidos de su difunta madre.
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“Une Robe D’Été” arremete no solo contra los prejuicios, sino también contra el temor inusitado a dichos prejuicios, abogando por el abrazo a la libertad, al placer y a la aceptación de la identidad sexual individual. No en vano el plano con el que da comienzo el cortometraje muestra unos calzoncillos ajustados y abultados embutidos en las piernas de un hombre delgado y atlético. Con el aparente fin de reflejar ese temor a las miradas furtivas y desaprobadoras, FranÇois Ozon se aleja del retrato de la escena sexual que ejecutaba en “La Petite Mort” (1995) o en “Une Rose Entre Nous” (1994) y decide mostrarla sin tapujos, cortes o cambios de plano, convirtiendo al espectador en un voyeur que la observa inmóvil, como si estuviese justo al lado de los personajes y ellos no hubiesen reparado en su presencia… o simplemente no les importara. Tanto en “Victor” (1993), como en la posterior “Dans La Maison” (2012), también aparece el concepto de mirón que observa desde un escondrijo una apasionada escena sexual, pero en ellas el individuo mirón no es el espectador (mirón por definición) sino un personaje de la trama que, cabría resaltar, en ambos casos padece algún tipo de psicopatía. Patente ejemplo de este interés por apelar al espectador es la obertura, ese erótico baile que ejecuta la pareja de Luc al son del “Bang, Bang” de Sheila. En ella, el fornido y semidesnudo bailarín que danza en ese tableau vivant mira directamente al objetivo de la cámara, como si pretendiese seducir al espectador y no a su compañero, que toma el sol recostado en una hamaca a pocos centímetros de él. Ozon parece enmarcar estos mensajes en el marco narrativo del cuento folclórico de “La Cenicienta”, de Charles Perrault: sustituyendo a la oprimida y menospreciada huérfana protagonista por el joven Luc. Cuando este, turbado por el exhibicionista bailoteo de su pareja, decide escabullirse, se topa con una exuberante hada madrina hispanoparlante, que lo embelesa con un hechizo (muy placentero), y le proporciona un lujoso vestido, que podrá lucir en la sonada fiesta que se celebra esa misma noche en el Palacio Real. Decidido, Luc parte a bordo de su renqueante carroza de dos ruedas hacia el palacio donde le aguarda su apuesto príncipe. Cuando ambos amantes se encuentran, proceden a valsar incansable y apasionadamente, fundiéndose en un solo ser, hasta que suenan las campanadas de Medianoche. El “Bang, Bang” de Sheila adereza el curso de la historia reapareciendo en varias ocasiones y convirtiéndose en un leitmotiv del amor y de la seducción, emergiendo de los labios de los personajes cuando les posee el deseo. Cuando la melodía renace extradiegéticamente al final del cortometraje, con la despedida de Luc y Lucía en el puerto, la canción parece reverberar en la mente de Luc, en especial ese último verso (“Je ne l’ oublie pas”), como si de una promesa se tratase.

“Une Robe D’Été” es una oda a la libertad, al placer, a la experimentación, a la diversión, al amor, al amor libre… y al amor veraniego. El cortometraje incide sobre un problema casi inalienable de la condición humana: ese irrefrenable interés por la vida ajena y por el morbo, que esclaviza a muchos, en especial a aquellos cuya forma de vida se aleja de lo convencional, obligándolos a amoldarse a una apariencia más estandarizada, y recortando su dicha para evitar miradas indiscretas. Propone Ozon a través de la aparición afrodisíaca del personaje de Lucía Sánchez que aun siendo conscientes de la casi ineludible presencia de los mirones, todos los Luc del mundo hagan caso omiso de ellos, y disparen (“Bang, Bang”) contra los convencionalismos que les encorsetan.

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